Remeditos Castellari
Venía rumiando la idea de conocer la cultura hawaiana, perderme en esas islas escuchando los mitos de nativos.
Mi mayor bloqueo era el idioma, siempre sentí que mi debilidad era el inglés.
¿Te dijeron alguna vez “ cuidado con lo que sueñas porque puede cumplirse”? Bueno eso mismo, soñá a lo grande que el único límite real está en tu cabeza, todo lo demás son circunstancias externas reversibles.
Se puede, pero hay que quererlo tanto como para que toda tu buena energía conspire a tu favor.
Cada tarde buscaba cuatro nuevas palabras en el diccionario y aprendía su uso y pronunciación de memoria, para ampliar vocabulario.
Todas las noches me quedaba dormida escuchando un audio en inglés, por si las moscas, no fuera que podía aprender un idioma por ósmosis.
Leí Soya en inglés, una novela de Danielle Stell de la que no entendí un carajo; y si hubiese nacido diez años más tarde también habría usado aplicaciones, pero no, ya casi soy treintañera.
Tuve entrevistas de trabajo para irme con un contrato laboral, bochazos.
Todo en silencio para que no se pinchara, y sabía que mamá iba a querer desheredarme.
Y durante dos años, esa fue mi rutina, cada tanto me inspiraba para pensar en la facultad.
Hice y vendí artesanías, di clases de computación a adultos y trabajé animando cumpleaños. Además de algunos ahorritos que venía guardando y una ayuda que papá me brindó y a la vuelta devolví.
No sé cuánto inglés aprendí después de vivir en Hawái, pero sí sé que volví siendo capaz de identificar qué cosas merecen absolutamente todo mi esfuerzo y cuáles no valen la pena.
Aprendí que el alfabeto hawaiano está formado por doce letras.
Aprendí que el Lei (collar de flores) se entrega con un beso y se quita en privado.
Aprendí que para los hawaianos las catástrofes naturales son castigos a la humanidad.
Que el arco iris es una bendición de los dioses (y en Maui casi siempre se forman dobles).
Aprendí a decir Mahalo y también a sonreír con un Shaka que contagie la buena vibra.
Aprendí a viajar desde otro lado y aprendí a conocerme y respetarme como realmente soy.
Pero principalmente aprendí que los sueños están para cumplirse y que como diría Benítez Sanz “no necesitas suerte, necesitas moverte”.